viernes, 20 de junio de 2008

LA HUELLA: Mankiewicz vs. Brannagh

A veces resulta difícil percatarse de los extraordinarios avances del cine en todos sus aspectos, como medio y como código. Para ello es recomendable echar un vistazo hacia atrás, y no sólo hacia los aspectos técnicos (visibles para cualquiera), sino en especial hacia la estructura de las historias. ¿Cómo ha evolucionado nuestra concepción del relato? ¿Contamos hoy las mismas historias que hace cincuenta años? ¿Se escriben hoy mejores guiones, se construyen mejores personajes...? ¿Nos interesan los mismos temas?

Para ello, hoy os propongo un interesante ejercicio cinematográfico, pocas veces realizado con la debida profundidad: enfrentar cara a cara, una contra otra, dos obras basadas en el mismo guión, de Anthony Shaffer, pero pertenecientes a dos épocas completamente distintas. La primera de ellas, la huella del director Norteamericano de origen alemán Joseph L. Mankiewicz (uno de los más oscarizados de la historia) tuvo un gran éxito de público y crítica. La segunda, homónima, del británico Kenneth Brannagh, trata de reinventar los méritos de la primera, en un contexto actual, aunque tomando como referente -al menos así lo afirmaban sus responsables- el libreto original y no el film de 1972. Esta segunda versión (No se trata en teoría de un remake, aunque por mucho que Jude Law y sus amigos se empeñen en negarlo, las similitudes entre ambos filmes son bastante evicentes.) fue literalmente pulverizada por la crítica y el público, tachándola de pretenciosa por intentar siquiera imitar a la masterpiece (intocable) de Mankiewicz. En mi opínión una clara injusticia, pues la película de Brannagh, del 2007, sabe encontrar su estilo propio y plantear otro tipo de narración, en parte gracias al más que acertado guión del ganador del Nobel de literatura Harold Pinter.

Por supuesto, antes de seguir leyendo sería recomendable que el lector viera ambas películas (si no lo ha hecho ya). Obviamente no lo vais a hacer, así que aunque sea os pongo los trailers, en los que se observan algunos de los aspectos que luego se mencionarán.




La huella, de J.L. Mankiewicz (1972)




La huella, de Kenneth Branagh, 2007
La premisa básica de la huella (Tanto sus dos versiones cinematográficas como en la original teatral) descansa en su práctica totalidad sobre el labrado carisma y el retorcido ingenio de sus dos protagonistas, amos y señores de la pantalla/escenario. Este hecho nos proporciona de entrada unos parámetros relevantes: Al tratarse de una película “dialogada” (por la profunda influencia del teatro de cámara) los escasos personajes deben colmar las expectativas más altas, a la vez que el guión debe mostrarase lo suficientemente ingenioso, estructurado y planificado como para mantener intacto el interés del espectador. Un reto arduo pero estimulante para cualquier guionista.

Tal vez por eso ambos personajes (Andrew Wyke y Milo Tindle) ejercen (o ejercieron) profesiones exóticas, intelectuales o cuando menos sugerentes: uno es actor, el otro escritor, siendo muy significativo el que ambos se encuentren también en puntos opuestos en sus carreras: uno saborea las mieles del éxito y la fama, el otro es un fracasado, un actor de segunda al que aún no le ha llegado su gran oportunidad. Y ese contraste (evidentemente explotado por el guión) es sin embargo más artificial que real, pues si algo mantienen en común estos dos narcisistas (como se percibe en su duelo de egos) es su ambición y mentalidad ganadora, además de su enorme ingenio, que incita a pensar que si están así las cosas es poco menos que por casualidad de la vida.

Como es lógico, si pretendemos basar la premisa de nuestra historia únicamente en dos personajes, parece obvio pensar que ambos tendrán un gran poder y un atractivo especial que mantenga la atención del espectador. Y esto la huella lo consigue, sí, pero no del todo: Así, mientras es indudable el carisma y sofisticación de los dos personajes, se echa de menos quizás una mayor diferencia temperamental entre ambos lo que acaba por llevar a la sensación (en ambas versiones, repito) de que cualquiera de los dos podría ser o actuar de cualquier forma: pues ambos se muestran tan versátiles, tan ingenuos y retorcidos al mismo tiempo, tan sorprendidos como sorprendentes, que al final acaban por confundirse el uno con el otro, colaborando a complicar una trama ya de por sí saltarina. En el fondo lo que se provoca es que los personajes otorguen carta blanca a los bruscos giros del guión, mostrando una capacidad de adaptación (“ahora soy yo el que tiene la sartén por el mango, ahora eres tú”) poco menos que increíble. Y esto es así porque nunca sabemos qué pasa realmente tras la mente de los personajes, ni cuáles son los fines últimos por los que actúan, y teniendo en cuenta que la película va precisamente de eso, (sin otorgar ningún reposo visual o argumental al espectador), corre el peligro de hacer caer al espectador en el escepticismo.

Otro aspecto destacado en la huella, que atañe directamente a los personajes, son los diálogos: giros enrevesados, tergiversadores, ambiguos, irónicos, peligrosamente superficiales. Parten desde una posición escéptica, casi nihilista de ambos personajes, que parece responder a su “estado emocional base”. Bajo las banales conversaciones (a veces demasiado largas), uno intuye en todo momento que hay una especie de “diálogo submarino”, que subyace a lo que oímos, pero que lo impregna todo. No es casualidad que hasta mucho después de que Tindle entre por la puerta no sepamos la verdadera razón de su visita (aunque en la versión de Brannagh este intervalo se acorta drásticamente), por lo que la historia tarda mucho en arrancar, regocijándose en el juego de intelectos y metáforas que proponen los diálogos. En este sentido, el espectador es continuo objeto de ironías dramáticas (es el único que ignora el verdadero objeto de la visita de Tindle), lo que le condena a marchar siempre por detrás de las intenciones de los personajes, viéndose así a merced de los continuos giros argumentales (bien planeados, eso sí), lo que acaba por menguar su impacto dramático.






Comentario aparte merece el entorno o “tercer personaje”: una barroca mansión en el caso de la versión de 1972 y una vanguardista casa de diseño en el film moderno Si bien es cierto que el tratamiento que se hace del entorno es muy desigual en ambas, es innegable que juega un papel enormemente activo en el relato, suponiendo sin duda uno de los mayores atractivos. Sugerente, metafórico ( Véase el laberinto en el que Tindle tiene que meterse al principio para llegar hasta Wyke, en clara referencia a lo imbricado y retorcido de la personalidad del escritor), la transformación del entorno (justificada en el trasvase estético y moral de lo antiguo a lo contemporáneo) plantea una serie de retos perceptibles al confrontar ambas adaptaciones:

En el film de Mankiewicz la mansión, compuesta por rocambolescas habitaciones pobladas por marionetas de todo tipo, no hace sino acentuar el misterioso carácter de los acontecimientos que están teniendo lugar. Esto queda aún más patente en el modo de realización, intercalando primeros planos de estas marionetas, o movimientos de cámara que “divagan” entre distintos puntos del escenario, a veces reemplazando los contraplanos de los personajes.

En la película de Brannagh lo que antes era fastuoso y excéntrico queda, en contraposición, reducido a un minimalismo funcional característico de la arquitectura más chic contemporánea: un entorno más colorido, más impersonal y frío (el mismo Wyke reconoce que es su mujer la que le decora la casa, mientras en la primera versión las marionetas representan prácticamente un alter ego de su retorcido coleccionista.)
En cuanto a las omnipresentes cámaras que Brannagh introduce por doquier ( y en las que por cierto se hace patente como una bofetada la mano del director, una intrusión un tanto innecesaria), responden probablemente a un añadido que busca enfatizar la sensación de que “todo está siendo controlado”, aunque finalmente queden en un mero papel estético o metafórico, pues no tienen ninguna incidencia dramática real.

Aunque sea cierto que el entorno juega un papel muy importante en ambas películas (sobre todo en la versión de Mankiewicz), casi como un personaje más, también es innegable que es en la confrontación (primero dialéctica, luego casi física) de estos dos personajes donde la película encuentra su razón de ser. Porque el desarrollo de esta pelea de gallos más parece una convención: los diálogos son casi perfectos, el público sabe que un encuentro así, tan calculado, con dos mentes tan ingeniosas, es imposible, así que se deja llevar por el guión, encomendándose al buen hacer del libretista.

jueves, 5 de junio de 2008

9 de Agosto

¡Saludos revolucinarios!

Reconozco que he estado algo desaparecido estós últimos días, pero por una vez puedo decir que ha sido por una causa justificada: el desarrollo de un proyecto interactivo, que me ha costado sudor y lágrimas y un curro sin precedentes pero que por fin está terminado: Lo he llamado 9 de Agosto (ya descubriréis por qué) y espero que os guste, oal menos le deis una oportunidad. Por cierto, si queréis hacer alguna sugerencia o amenazarme de muerte o comentarme lo que queráis sobre el mismo podéis escribirme a alsantos@alumni.unav.es, o dejar vuestro comentario en este maravilloso blog que, por supuesto, sigue adelante.

Plop.